También, como vos, a veces tengo miedo. A que todo se me salga de las
manos. A quedarme sin el aire justo ahí donde no debo. A decir por quinta vez
cuánto “te amo” y que del otro lado haya un sonido parecido al de un agujero negro.
También, como vos, cargo una mochila de historias y recuerdos que me
gustaría dejar en el piso. Para que el paso y el peso sean livianos y ligeros.
También, como vos, me cuesta horrores entender la experiencia humana
sin salir, desesperada muchas veces; como un perro que busca a su dueño, pidiendo
por un Dios que me sostenga.
No sé francamente si nos diferenciamos en algo. Sí, debe haber
superficies notables. Pero el deseo es el mismo. Y es eso lo que nos vuelve hermanos.
Para lo bueno y para lo malo.
¿Cuántas veces quisiste apoyar la cabeza en la almohada y sentir la
certeza de que el próximo día sería un gran día?
¿Cuántas veces abriste los ojos y dijiste “por favor, Señor Día, que
seas amable conmigo lo más que puedas”?
¿Cuántas veces tuviste que guardarte las ganas porque las ganas no
eran correspondidas?
Yo no sé del niño, excepto el gesto con el que quiero mirar el mundo
una y mil veces.
Yo no sé de brujerías excepto los hechizos que lanzo y que me han lanzado.
Yo no sé nada, para qué voy a mentirle.
Soy una simple mujer semidesnuda tomando mate queriendo unir sus
pedazos.
Buscando cinta scotch por todos lados.
Queriendo que el fulgor se haga presente.
Diciendo un nombre, una dicha, un instante; indefinidamente.
