Perdida abría los ojos, perdida sacaba los pies de la cama. Y así nomás, perdida como amanecía, ponía la pava; se tomaba su té con limón y miel - como le recomendaban millones - y perdida daba vueltas por la casa. Después perdida salía a la calle y perdida le sonreía a los perros y a las muchachas. Era cosa de no creer. Perdida subía a su bicicleta. Perdida bajaba de los colectivos. Perdida aceptaba un tabaco. Perdida besaba a su madre. Perdida soñaba cantares. Perdida hacía malos conjuros. Perdida ordenaba su pastillero. Perdida se le congelaban los pies y las manos. Perdida tenía frío en las narices. Perdida lavaba la ropa. Perdida jugaba con los niños. Perdida se apretujaba contra un gato. Y dele que dele... hablaba con uno y con otro, sin que nadie sospechase cuán perdida estaba.
Perdida se bañaba, se rasuraba y se metía en la cama. Perdida más aún agradecía infinitamente tener una cama. Perdida se sentía una campeona por tener muchas frazadas. Y dele que dele... hablaba con Diosito y él sí que sabía cuán perdida estaba. Entonces no hacía falta nada, sólo cerrar los ojos perdidamente.
Aunque al otro día volviese a perderse.
Y otra vez a empezar el ciclo de buscarse.
🖊️ Agustina Ferrand
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