Un libro es un viaje interno y eterno que usa distintos caminos para llegar al centro.
¿Llega el libro al centro o no? ¿¡Quién sabe, no!? Lo dirá el lector.
Leemos libros, aunque sea por versos o páginas, porque necesitamos que nos cuenten secretos.
Nada anhela más un lector que la confianza con la que el autor se mueve entre las palabras y las otorga a cambio de algo que no nos pone en la escala más alta de las clases, pero sí nos permite seguir soñando a lo grande.
Justo lo que todo escritor necesita. Nada de cosas chiquitas. Siempre la enormidad del canto.
Cuando hago libros - que dicho sea de paso con el paso de los años se vislumbra de una manera distinta, como si la responsabilidad fuese más pura - cuando hago libros, te decía... pienso en serme lo más fiel posible y entregar de manera compacta todo lo que, claro está, nunca se puede compactar. Pero un libro lo intenta. Recorta y ordena. Prepara y asume. Entrega y espera.
¡¿Qué espera?! Hay que admitirlo. Un libro espera... ser necesitado.
Que alguien - o muchos - lo deseen cual si fuese algo preciado. Un almuerzo de los buenos, por ejemplo. Porque yo sé que un poema no se come, pero puede alimentarte.
Por ende a quien le urge la necesidad de tenerlo también le urge la necesidad de devorarlo. Entonces ahí van los escritores... con el ego recién planchado y el pan bajo el brazo. Brillantes porque, por fin, se sienten amados. Después de editar y editar con impecable paciencia y esperanza de futuro.
Un libro es un viaje interno y eterno que usa distintos caminos para llegar al centro. Y en el centro hubo una vez un alma, repleta de alma, que puede seguir siendo alma, aunque llegue tarde, presente de "hoy" y "presente" de regalo.
Entonces sí, un libro quizá sea un regalo. Al que nomás hay que ponerle precio para comprarse el vino, el pan o los cigarros. 🙂
🖊️ Agustina Ferrand
cafecito.app/agustinaferrand
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